Archivo

Archive for the ‘el helado en el mundo’ Category

DELIZIOSA – LA MEJOR HELADERIA DE BARCELONA

El distrito de Gracia es un conjunto de barrios de Barcelona , entre los cuales destaca la Vila de Gracia, con sus encantadoras plazas , muy frecuentadas por personas de todas las edades , atraídas por su desenfadado ambiente y sus muchas plazas animadas por establecimientos que ofrecen terrazas donde tomar algo “ a la fresca “ hasta en el pleno del más cálido verano.

La Plaza de la Revolución es una de esas plazas con encanto y , al número 2 , hay la que sin duda alguna ES la mejor heladeria de Barcelona …y con diferencia.

Pero cuidado en no confundirla con la heladería industrial sita en la misma plaza, cuyos helados producidos en serie y en fábrica nada tienen que ver con la excepcional textura , cremosidad y sabor de los helados y sorbetes de la DELIZIOSA, que se producen diariamente en el mismo establecimiento del punto de venta.

La » DELIZIOSA – LA GELATERIA ITALIANA de la pla¢a de la revolució » lleva adelante una tradición muy antigua de maestros artesanos heladeros que siempre fueron orgullosos de su oficio y que siempre siguen haciendo los helados a partir de materias primas de excelente calidad.

En la DELIZIOSA podremos degustar un sinfín de helados que van desde los tradicionales hasta los modernos , pero todos de calidad suprema.

Los sorbetes , o sea los helados sin leche, son de fruta fresca y de temporada y resultan de lo más refrescantes , además de estar riquísimos.

La experiencia de los maestros heladeros en la perfecta mantecación rende esos sorbetes tan sedosos que los clientes a veces se preguntan si de verdad son sin leche con los cremosos que están, pero vaya si lo son : no les vas a encontrar las más mínima gota de leche ni si los vas a hacer analizar por un laboratorio, por lo cual son ideales para clientes alergicos a la lactosa y también para los clientes veganos.

Los helados de nata y leche , al contrario, son tan ligeros que el cliente puede llegar a pensar que son sorbetes.

MENTA TRUFADA Y FRESA

¿ cual es el secreto de la calidad de los helados de la DELIZIOSA ?

La pasión por el oficio del maestro heladero Eduardo, el cual se dedica en primera persona a preparar los helados en su obrador , con maquinarias tan modernas como artesanales.

Eduardo siempre cuida la producción del helado al máximo nivel : desde la compra de las materias primas ( leche , nata , cacao, fruta ,etc ) hasta el último instante, cuando el helado sale de la mantecadora en su perfecto punto de elaboración.

¡ Oh, que privilegio para sus clientes el poder saborear un helado recién hecho !

Un placer que los clientes le reconocen a la DELIZIOSA año tras año, como no podría ser de otra manera.

Cuando paseo por Gracia, no resisto : tengo que tomar un helado de la DELIZIOSA.

Y somos muchos , vista la cantidad de clientes que llenan la tienda a todas horas.

EL MOSTRADOR DE LAS MARAVILLAS

Eduardo trabaja todo el año y todo el año produce helado, pero también la DELIZIOSA es una gran cafetería con mesas dentro del establecimiento y además terraza delante de la heladeria, para uso y disfrute de sus clientes.

Eduardo acaba de renovar la zona de venta, después de haber renovado la maquinaria del obrador y cada día piensa en algo nuevo que pueda hacer aún más feliz al cliente , que para él es sagrado.

Eduardo es un heladero de antaño, de cuando el helado se consideraba una creación artesanal, además de un postre maravilloso que gusta a todo el mundo, siempre y cuando esté hecho artesanalmente y con ingredientes naturales, tal y como él lo hace.

Eh sí, porque es muy facil poner un rótulo que dice “ heladeria artesanal “, cuando al contrario todas las materias primas son semielaborados de producción industrial.

Y no vale con la cortina de humo de enseñar un simulacro de obrador en el interior de un establecimiento, como pasa a veces porque, si los productos con los cuales se hace el helado son industriales, no hay nada que hacer : el helado que va a salir de la mantecadora solo podrá ser industrial.

A este propósito hay que decir que demasiadas “ heladerias “ que vemos por allí van despachando más o menos un “ bloque de hielo colorado “ sin sabor que tienen que arrastar ( literalmente ) desde la cubeta para venderlo en bolas , lo cual nada tiene que ver con las artesanales paletas , verdaderos simbolos para servir el helado artesanal.

SIRVIENDO LA BONTAD

Será por eso que los heladeros artesanos de verdad llaman “ cremas “ sus helados , porque de hecho lo son : es suficiente acercarse a la DELIZIOSA, pedir un sabor cualquiera y dejarse llevar por una sensación que se acerca mucho a la felicidad.

En tarrinas, en cucuruchos o en envases para llevar a casa o de visita a los amigos, el helado de la DELIZIOSA siempre se identifica con calidad y sabor únicos.

REGALIZ » de película «

El helado artesanal de la DELIZIOSA cumple con su objectivo de transformar una tarde cualquiera en una tarde de alegria para todos : de los niños a los mayores.

Y efectivamente el helado de DELIZIOSA se aconseja para los niños, los cuales demasiadas veces no quieren comer fruta, pero que se apalancan inevitablemente delante de todos los sorbetes de Eduardo…que están hechos con porcentajes de fruta fresca elevadísimos…y eso se nota ¡ y tanto que sí !

Los mayores tienden a ser más tradicionales y a preferir las cremas…y las cremas de DELIZIOSA son ligeras y nutritivas al mismo tiempo y eso se agradece por los mayores, los cuales a veces tienen problemas de masticación con la comida sólida.

¿ Y los jovenes ? Uh, ni hablar.

A ellos le gusta cualquier sabor, sin excepción.

¿ Y a tí ?

¿ cual te va a gustar más ?

Por fin , la heladeria DELIZIOSA ya volvió a abrir para alegrarnos la vida y para que podamos disfrutar de sus maravillosos helados.

¿ te los vas a perder ?

EL CHOCOLATE NEGRO DEL ABUELO
RECETA EXCLUSIVA DE LA FAMILIA DESDE EL 1881

EL MÁS QUERIDO, EL MÁS VENDIDO

AN ICE CREAM MAKER WITH A SOUL

1 enero 2013 Comentarios desactivados

vetrina

From INTELLIGENT LIFE magazine

I SCREAM , YOU SCREAM , june 26th 2008

Papa was an Italian ice-cream maker. Annalisa Barbieri on a sweet childhood and an even sweeter adulthood …

It wasn’t my first taste of ice cream, but it was the first ice cream I remember. My mother made it, and she set the bar high. It was white–very white–and in it she’d put all sorts of things: dried fruit, curls of crystallised, candied citrus peel, and half spheres of toasted hazelnuts from my aunt’s farm in Italy. It was the perfect “ice cream with bits”: each mouthful yielded some crunch, some chew. But I was horribly cheated. As I remember it, I ate some–my mother hadn’t made very much–and then it went back into the fridge. I opened and closed the icebox’s plasticky little door many times, shaving off bits of overgrown ice as I did so, wondering if I could justify stealing the last few mouthfuls without sharing. And then, with no such indecision, someone else ate it. I never got to taste that ice cream again; when I asked my mother if she could remake it, she said she couldn’t remember how she’d done it, which just made it more precious than ever. I’ve been searching for it ever since.

Ice cream has always featured large in my life. On Sunday, after church, my father, sister and I would go to Bobby’s newsagent for ice cream: the choice was limited. We always wanted raspberry ripple, but sometimes we had to have Neapolitan, a striped brick of red, white and brown meant to be strawberry, vanilla and chocolate flavour, but which didn’t taste like any of them. Sometimes, on hot summer afternoons, my mother would buy us small vanilla blocks and square wafer cones to fit them into, on the way home from school.

All of this changed the day after my seventh birthday. My parents opened a cafe on London’s Bayswater Road. It was 1973 and we sold cappuccino; in those days this was practically unheard of outside of Soho, so we had to explain endlessly that it was frothy coffee. We also sold Marine Ices: ice cream from a factory in Chalk Farm, which arrived in tall, thin, churn-like tins. These resided, about eight of them, in an orange, lean-into fridge, and featured pistachio, hazelnut, fior di latte and zabaglione (the last two, regarded as too foreign, were soon dropped)–flavours I’d previously only seen for sale in Italy, where even the most modest village has an ice-cream parlour with a choice running into double figures. It meant we never had to buy ice cream again–although none of the flavours my father sold had bits in. And I wanted bits.

When my father was 60 he retired. But he was restless. The year he turned 70, he bought the shop next door to his old cafe. He announced he was going to make and sell proper Italian ice cream–which has a softer texture than other recipes, although without descending to Mr Whippy’s levels of aeration. He learnt how to make ice cream, and bought lots of machinery, the principal piece of which looked like a large washing machine and was called il mantecatore–the churner. I later found out it had been a boyhood dream of his to open an ice-cream parlour but he’d never had the money for the equipment.

The ingredients were simple: cream, milk, sugar and the relevant extras (high cocoa-content chocolate, pistachio nuts, strawberries, mangoes). Water, sugar and fruit for sorbets. They went into the churner and glooped in creamy soft folds, just minutes later, into their containers. Italian ice cream should be made regularly: after as little as 48 hours it doesn’t taste the same any more. Three times a week, my father would start making ice cream at 5am. He always worked alone.

He opened on August Bank Holiday, 1999. I entered full of trepidation: my father had never made any sort of sweet thing before. What if it was rubbish? He stood behind his ice-cream display cabinet, all glass and stainless steel, with 24 flavours and tiny testing cones to help people navigate them. The little orange fridge seemed a long time ago. Some customers seemed confused by the vast choice and ended up going for safe flavours they knew: vanilla, chocolate, strawberry. My father didn’t want this; he wanted people to experiment. I tasted. It was excellent. I could scarcely believe someone I knew could make something this good. My father was an ice-cream maker!

Just-made, my father’s ice cream was truly perfect: dense but soft. There was no pointless licking involved, like with some ice creams in cones: each flick of the tongue made progress, a groove. If you were particularly fierce, you could actually move the whole scoop practically off the cone. I tried the tiramisu: coffee ice cream layered with a sponge steeped in liqueur and dusted with cocoa. I tried the apple crumble; not strictly speaking Italian, but soon one of my favourites. But the best flavour of all, despite no bits, was the chocolate-chestnut ice cream. It was wonderful: throat-fillingly thick and gooey.

My father had unorthodox methods of sourcing ingredients. The sweet chestnuts he harvested himself, in September. He’d tie a piece of wood to some rope, throw it up into the tree and down they’d fall. But then he had always been a forager. Lemons came direct from Sorrento, where the fruit are big, and sweet. He had a deal with the coach driver from a nearby hotel, who went to Italy once a week. On his return journey he’d find room for a crate of lemons for my father.

For five years the parlour was an enormous success. My father would occasionally tell me that some famous person had asked him to supply ice cream for their party, or that an expensive restaurant wanted to serve his gelato. He always said no, because he was a one-man band (although my mother and I were allowed to help serve behind the counter). Ultimately, this was his downfall. He worked seven days a week, sometimes 18-hour days. By 2004, we had pressed him into selling up–a decision I think we’ve all regretted ever since.

After my father closed his shop, all bought ice cream, even the real
ly good stuff, disappointed. So I started making my own. I bought a Panasonic ice-cream maker (a steal at £35). The recipe leaflet gives a recipe for an excellent chocolate ice cream; luckily my father can still get me tiny, tasting cones (a big hit with children) because a small scoop is all you need. The vanilla recipe, with some modification (it asks for way too much vanilla extract) is very, very good.

Ice cream, for all that it’s a happy clappy food with–surely–no negative associations for anyone, is ill served in the recipe-book department. I bought books from around the world, but there’s only one that is really any good (although it’s already out of print, despite having only been published three years ago), “The Ice Cream Handbook”, by Vicki Smallwood. In it I found a contender for best ice cream with bits in: almond praline. It doesn’t rival my mother’s but it tries hard. You have to make a caramel first, and boil it to 220°F. This takes courage, and time. Then you have to act fast, to pour it over the toasted almonds, before blitzing the lot, making the bits as big or small as you like. The ice cream itself is made with egg yolk, cream, milk and sugar. It’s a splendid dessert served in sugar-cones after even the most sophisticated dinner party: hardly anyone says no to ice cream.

For the last three years I’ve worked my ice-cream maker hard, experimenting in my kitchen with flavours, textures and how many bits I can cram in, while still allowing the cream bit to actually ice. I am the ice-cream maker now.

(Annalisa Barbieri is a former seamstress, fashion editor and fishing writer, who has columns in the Guardian and the New Statesman ).

EL MUNDO DEL HELADO – EL HELADO EN EL MUNDO

1 noviembre 2008 Comentarios desactivados

vendedor de helado en Zanzibar

El helado representa un negocio de tamaño terrorifico en todo el mundo: su nivel de simpatia en el oeste del mundo y sus enormes potencialidades en Oriente ya estan a la vista.

Hoy en dia asisitimos a la grande productividad de muchas industrias de helado con increibles niveles de facturacion que llegaron a ser verdaderas multinacionales del helado.

Hablando, por ejemplo, de mi pais, Italia , la venta global de helado supone un movimiento de negocio que factura alrededor de 4 billiones de euros al año , con una produccion total de 600 mil toneladas de producto.

Esa enorme cantidad de helado , siempre hablando de la Italia, sigue 2 diferentes canales de fabricacion: alrededor del 50% es helado industrial, el otro 50 % se deve a la produccion de helado artesanal en obradores caseros.

En mi pais hay alrededor de 35 000 obradores artesanos y en mi region de proveniencia – LAZIO – se cuentan unos 3 000 obradores y la media italiana de heladerias artesanales se sitúa en nº 55 cada 100 mil abitantes.

A esa altura , se puede decir tranquilamente que el mercado está saturado , sobre todo si consideramos la fuerte competencia de la industria que a travez de los años se fué acercando en calidad al helado » artesanal » y sobre todo que , lamentablemente , el helado producido supuestamente por los obradores » caseros » empieza a copiar – o , mejor dicho, a empeorar – su tecnica de producion heladera.

Hablando del consumo pro – capite de helado , los primeros en clasifica son siempre los ciudadanos de Nueva Zelanda , con 23 litros de helado anual, pero la parte del leon se la llevan, al igual que en otros muchos casos , los Estados Unidos con un consumo pro-capite de algo mas de 18 litros anuales, pero con una producion global de helado que supera ampliamente las 5 miliones de toneladas al año, superior a cualquier otra en el mundo.

En los U.S.A. el 10% de toda produccion de leche está destinada a hacer el helado.

Esa impresionante cantidad de helado se produce casi totalmente a travez de gigantescas fabricas , siendo los obradores artesanales casi desconocidos hasta el momento : el invierno pasado viajé a los Estados Unidos por motivos de trabajo y fuí invitada a visitar una fabrica de helado : a pesar de que no fuese la fabrica mas grande ni la mas popular , me quedé mucho rato con la boca abierta cuando ví con mis propios ojos como en un solo dia de produccion se alcanzó un nivel de mas de 50 mil litros de helado, cantidad que un heladero artesanal de buen nivel llega a producir – y sobre todo vender- en 2 temporadas de trabajo...o mas …

Pero quien se cree que los americanos solo agradecen el helado industrial , se equivoca : en aquella misma ocasion americana , yo asistí personalmente a colas interminables para tomar un helado casero a precios astronomicos en una Feria : lo habian producido y los vendian los AMISH, una comunidad que rechaza toda modernidad por lo cual , quizá por esta y por mas razones , la garantía de calidad casera estaba asegurada.

En fin , al artesano heladero que trabaje bien haciendo un producto casero de primera calidad , el exito está servido en bandeja …y eso vale para donde sea en el mundo entero .

Categorías: el helado en el mundo Etiquetas: , ,